Los padres, aún antes de que nazcan sus hijos, están
comprometidos naturalmente a amar a sus hijos, y por lo tanto están
determinados a enfocarse principalmente en lo que es bueno sobre su hijo.
Si tan sólo pudiésemos llevar ese mismo compromiso a
nuestros matrimonios y amistades, estaríamos mucho mejor.
2) ¿Cómo están “no
vengarse” y “no guardar rencor” relacionados al amor?
En realidad hay tres mandamientos separados contenidos en el
versículo:
• No
vengarse,
• No
guardar rencor y
• Ama a tu
prójimo como a ti mismo.
¿Por qué están estos tres mandamientos en el mismo
versículo? ¿Qué es lo que tienen en común?
Su ubicación no es para nada accidental. Al yuxtaponer estos
mandamientos, la Torá está revelando otro secreto sobre cómo amar.
Si te entrenas a no tratar de “emparejar la cuenta”
vengándote, entonces no te molestarás en recordar las veces que la gente te
hace mal y así no guardarás rencor. Luego, la única opción que queda es
enfocarte en las cosas positivas. De esta manera, nada negativo evitará que
veas los méritos de esa persona y que la ames. En otras palabras, el camino
ahora está libre para que pongas una atención cuidadosa en perfeccionar la
fórmula – entender y enfocarte en las virtudes de otro ser humano.
3) ¿Por qué ordena el
versículo de la Torá amar a tu prójimo “como a ti mismo”?
Supón que estás trozando un queso y accidentalmente te
cortas en un dedo. ¿Te vengarías tomando el cuchillo y cortando tu otra mano?
Después de todo, fue la otra mano la que perpetró la ofensa, ¿no?
¡Por supuesto que no! Tu otra mano es tan parte de ti como
todo lo demás. ¡Vengarse sería demente!
Cuando aprendemos a apreciar que estamos todos realmente
unidos, entonces herir a la otra persona “devolviéndosela” es tan ridículo como
herirte a ti mismo. Es por eso que la Torá dice: Ama a tu prójimo “como a ti
mismo”. Si me doy cuenta de que la otra persona y yo somos parte de la misma
unidad, entonces la venganza es tan tonta como cortar mi otra mano con el
cuchillo.
Ahora, toda esta charla sobre unidad te puede sonar irreal,
pero de hecho eso es lo que Dios quiere de nosotros. Este estado de armonía por
alguna razón continúa eludiéndonos, y nosotros, COMO SERES estamos más y más
hundidos en el abismo de la desunión y la disonancia. Es triste.
Los padres se relacionan con sus hijos. Sin importar qué tan
mal se porten los niños, los padres no dejan de amarlos. ¿Molestias? Sí.
¿Reprimendas? Por supuesto. Pero los padres normales no se vengan de sus hijos.
No guardan rencor, porque se relacionan con sus hijos como una extensión de sí
mismos, por lo que lastimar a nuestros hijos es en realidad herirnos a nosotros
mismos. Como los padres no desean vengarse, pueden olvidar las cosas malas y
enfocarse en las buenas. Es por eso que para los padres es fácil amar a sus
hijos.
¡Esta misma dinámica puede funcionar con cualquier relación!
Con padres e hijos, el proceso es más instintivo. Pero cuando se trata del
matrimonio, ¡el potencial para la unidad es más grande todavía! Pero lleva
mucho más trabajo… naturalmente.
4) ¿Por qué la Torá
se refiere a nuestro prójimo como “amigo”?
La palabra hebrea reeja, “tu amigo”, transmite con más
precisión que “tu prójimo”, el mensaje de que estamos juntos en esto, que
estamos en el mismo equipo. Y ese es el sentimiento que todos deberíamos tener
por los demás.
Por supuesto, la amistad, al igual que el amor, es otro tema
sobre el que se ha reflexionado extensivamente. Y los dos temas están
conectados inexorablemente. Obtener un entendimiento más profundo sobre las
dinámicas de la amistad también puede ayudarnos en nuestra odisea para conocer
y lograr amor real.
Las dos historias siguientes sobre amistad, tomadas del
folklore judío, brindan claridad al significado de amistad y de amor. La
primera nos ayuda a responder la pregunta Nº4, la segunda nos ayuda con la
pregunta final. Juntas hablan mucho sobre los ingredientes del amor y por qué
Dios le da tanta importancia a amarse el uno al otro.
Una vez un padre estaba intercambiando ideas con su hijo
sobre el tema de la amistad.
El padre dijo: “Sabes, hijo, es difícil hacer amigos”. El
hijo dijo: “¿A qué te refieres papá? Yo tengo muchos amigos”. “¿Cuántos amigos
tienes? Preguntó el padre. El hijo pensó un momento y dijo: “Los he contado.
¡Debo tener 200 amigos!”. “¿200 amigos? ¿Un hombre joven como tú?” dijo el
padre. “Es asombroso. No lo puedo creer”. “¿Por qué papá? ¿Cuántos amigos
tienes tú?” “¿Yo? En toda mi vida he trabajado muy duro y sólo conseguí medio
amigo”. “Pero papá, todos te quieren. Eres un hombre maravilloso. ¿De qué estás
hablando - medio amigo? ¿Y qué es medio amigo?”. “Mira hijo, tienes que saber
si tus amigos son realmente tus amigos. Un amigo en los malos momentos es un
verdadero amigo. ¿Por qué no haces la prueba y ves si tus amigos son realmente
amigos?”.
El padre tuvo una idea. Siendo que esta historia tuvo lugar
durante la ocupación romana de Israel, hace más de 2000 años, debes saber que
los romanos eran especialmente estrictos en ley y orden. Si agarraban a un
asesino o a un ladrón, imponían un juicio rápido y duro. Y le hacían lo mismo a
cualquiera que fuera cómplice del crimen. Hablaban en serio.
“Esto es lo que puedes hacer”, sugirió el padre. “La sangre
de una cabra se parece a la humana. Toma una cabra, mátala y ponla en un saco.
Luego a la noche, ve a lo de tus amigos y diles: ‘Tienen que ayudarme. Anoche
fui a un bar y tomé demasiado. Había un hombre que comenzó a insultarme y nos
pusimos a discutir. Me golpeó, y yo lo golpeé también, la pelea siguió en la
calle, y lo golpeé demasiado fuerte y lo maté. Ahora tengo que deshacerme del
cuerpo. Si no, estoy muerto’. Luego pídele a tus amigos que te ayuden a
deshacerte del cuerpo”.
El hijo pensó que era una gran idea y lo intentó. Noche tras
noche, tomó el saco de carne de cabra y se lo llevó a todos sus amigos. Se
demoró un par de semanas y unas cuantas cabras, pero visitó a los 200 amigos.
Como puedes adivinar, ninguno quiso ayudarlo. Ellos le
creyeron que no era responsable, y que el otro hombre comenzó la pelea, pero no
quisieron participar de ningún modo.
Finalmente, el hijo volvió a su padre y dijo: “Papá, supongo
que tenías razón. Mis amigos no son tan buenos amigos. ¿Qué hay sobre tu medio
amigo? Quizás él ayudará”.
El padre dijo: “Seguro, pruébalo. Ve a su casa, y dile que
eres el hijo de Jaím. Dile lo que pasó, y ve si te ayuda o no”.
Esa noche el hijo golpeó la puerta del amigo de su padre.
“¿Quién es?” preguntó una voz asustada. “Es el hijo de
Jaím”. “Oh, ¡el hijo de Jaím! Entra. ¿Qué puedo hacer por ti?”.
El hijo le contó toda la historia sobre el bar y la pelea y
el cuerpo.
“Bueno, en realidad no debería ayudarte, pero qué puedo
hacer, eres el hijo de Jaím”.
Sacó el cuerpo al patio, cavó un hoyo y enterró el saco.
“Ahora vuelve a casa. Permanece lejos de los bares. Si alguien
te insulta, permanece tranquilo. Pero sobre todo, olvida que alguna vez me
conociste”.
El hijo volvió donde su padre y le dijo: “Papá, ¿Por qué lo
llamas medio amigo? ¡Es el único que me ayudó!”.
“¿Qué es lo que te dijo?” “Dijo: ‘En realidad no debería
ayudarte, pero eres el hijo de Jaím, ¿Qué puedo hacer?”. “Eso es medio amigo”,
dijo el padre. “Alguien que hace una pausa y dice: ‘En realidad no debería
hacer esto’. Ese es medio amigo”. “Entonces, papá, ¿Qué es un amigo de
verdad?”.
Entonces su padre le contó la historia siguiente (citada en
Shtei Yados) que nos ayudará a responder nuestra última pregunta.
5) ¿Por qué el
versículo termina con “Yo soy Dios”?
Dos hombres jóvenes habían crecido juntos y se hicieron muy
buenos amigos. Vivieron en la época en la que el Imperio Romano estaba dividido
en dos partes –una parte estaba controlada por un emperador en Roma y la otra
mitad estaba dirigida por un emperador en Siria. Después de que los amigos se
casaron, uno se mudó a Roma y el otro a Siria. Comenzaron juntos un negocio de
importación y exportación, y aunque vivían muy lejos, siguieron siendo muy
buenos amigos. Una vez, cuando el amigo de Roma estaba visitando Siria, alguien
lo acusó de ser un espía de Roma y de complotar en contra del emperador. Era un
hombre inocente, sólo era un rumor falso. Entonces, lo trajeron ante el
Emperador Sirio, y fue subsecuentemente condenado a muerte.
Cuando lo estaban llevando para ser ejecutado, le
preguntaron si tenía un último pedido. El hombre acusado suplicó: “Por favor,
soy un hombre inocente, pero no puedo probarlo. Entonces, si voy a morir, al
menos por favor déjenme volver antes a Roma, acomodar mis negocios, y decirle
adiós a mi familia. Ellos no saben de mis negocios, no saben quién me debe
dinero ni dónde están mis bienes. Déjenme volver a Roma, poner mis asuntos en
orden, y luego volveré y podrán ejecutarme”.
El emperador se rió de él. “¿Es que estás loco? ¿Crees que
te dejaremos ir? ¿Qué garantía podríamos tener de que volverás?”.
El judío dijo: “Espere. Tengo un amigo aquí en Siria que
quedará en mi lugar. Será mi garante. Si no vuelvo, lo puede matar a él en mi
lugar”.
El emperador estaba intrigado. “Esto lo tengo que ver. Está
bien, trae a tu amigo”.
Fue llamado el amigo de Siria. De acuerdo a lo esperado,
accedió a tomar el lugar del judío romano sin dudar, y a ser matado en su lugar
si el amigo no volvía.
El emperador estaba tan sorprendido por este arreglo que
accedió a dejar ir al judío romano. “Te daré 60 días. Pon tus asuntos en orden.
Si no estás de regreso para el atardecer del día 60, tu amigo está muerto”.
Y fue el judío romano, corriendo hacia su familia para decir
adiós y para poner sus asuntos en orden. Después de muchas lágrimas y adioses,
partió con tiempo de sobra antes de que terminaran los 60 días.
Esos eran los tiempos de viajar en galeras, y a veces podías
esperar días hasta que llegaba el viento indicado. Como lo quiso la suerte, no
hubo viento por varios días, el barco fue retrasado, y para cuando el judío
llegó a Siria estaba empezando el atardecer del día 60.
Como fue acordado, los carceleros sacaron al amigo de Siria
para la ejecución. En esos días, una ejecución era un evento de gala, y
temprano en la mañana las multitudes comenzaban a juntarse. Finalmente, cuando
estaban a punto de realizar la ejecución, el amigo de Roma llegó corriendo.
“¡Esperen! ¡Deténganse! Estoy de vuelta. No lo maten. ¡Yo soy el prisionero
real!”.
El verdugo dejó ir al amigo de Siria y estaba a punto de
poner al judío de Roma en su lugar. “Espera un minuto”, discutió el garante
indultado. “No lo puedes matar a él. Su plazo se cumplió. Yo soy el garante.
¡Tienes que matarme a mí en su lugar!”.
Los dos amigos fueron inflexibles por igual. “¡Mátame a mí
en su lugar!”. “¡No, mátame a mí!”. El verdugo no sabía qué hacer. La multitud
estaba escandalizada, mirándolos pelear.
Finalmente, el Emperador intervino. Sorprendido y asombrado,
se volvió hacia los dos amigos y dijo: “Los dejaré ir a ambos con una
condición. ¡Háganme su tercer amigo!”.
Eso es amistad. Eso es unidad verdadera.
Es por eso que el mismo versículo que dice: “Ama a tu
prójimo”, también dice “Yo soy Dios”. La unidad y la amistad entre los hijos de
Dios es tan valiosa que Dios mismo dice, por así decir, “Si se aman entre
ustedes, quiero ser su tercer amigo”. Eso significa que si estamos unidos,
tenemos el poder de Dios detrás de nosotros.
La unidad es tan preciosa para Dios que incluso cuando no
somos tan buenos como deberíamos ser, nuestra unión nos permite lograr mucho
más que lo que cualquier individuo piadoso, talentoso o grandioso podría alguna
vez lograr solo. En los deportes, lo llamamos “trabajo en equipo”. Los equipos
unidos a menudo baten a oponentes con más talento y poder.
En la vida, lo llamamos “amor”.
La lucha interna y el conflicto entre nosotros es, por lo
tanto, nuestro enemigo más insidioso y debilitante. La discordia evita que
seamos una fuerza predominante, y nos reduce a una colección de individuos
absorbidos por sí mismos.
Si estamos unidos, Dios está con nosotros. Si estamos
divididos, estamos solos.
Eso es “el poder del amor”.